Ningún hombre entra al mismo río dos veces, pues no es el mismo río y él no es el mismo hombre.”
Heráclito
Solemos temer a lo desconocido y por ello nos aferramos a la estabilidad, a la certeza y al control. Tendemos a buscar una base sólida, algo predecible y seguro para permanecer ahí. Nuestra mente nos insta a buscar confirmación y escapar de la incomodidad de lo incierto en toda situación; nos resistimos y tememos al cambio. . . Sin embargo, la esencia misma de nuestra existencia está siempre en constante flujo. No podemos huir del cambio y de la incertidumbre.
Cuando somos conscientes de que nada es estático ni permanente, podemos aprender a apreciar la incertidumbre. Cuando dejamos de asirnos a querer que las cosas sean de cierta manera y permanecemos abiertos a otras posibilidades, podemos reconocer que el cambio puede ser reconfortante y renovador. Es cuando somos capaces de convertirnos en seres más intencionales que reactivos.
Abrirnos a apreciar la incertidumbre, teniendo presente que nada tiene solidez por sí mismo y que todo es cambiante, puede darnos el escenario ideal para aceptar las innumerables potencialidades que existen de este momento en adelante. Puede potenciar nuestra habilidad de crear, de trabajar y de disfrutar nuestras relaciones; puede ayudarnos a cultivar una consciencia aguda necesaria para estar preparados para lo que venga.