Ser emprendedor está de moda, existen innumerables iniciativas para crear, incubar y acelerar el desarrollo de nuevas empresas. Es tema de muchos foros y mucho se diserta de múltiples metodologías, herramientas e iniciativas que ayudan en este proceso.
Sin embargo, me parece que muy poco se habla de que emprender es principalmente un proceso creativo, y crear es un camino sinuoso lleno de emociones.
Cuando alguien decide emprender, no sólo necesita un enorme valor, un sentido de identidad, de autoconfianza; sino también necesita agarrarle la mano bien fuerte a la resiliencia y no soltarla, porque nunca nadie sabe qué va a pasar después. Todo es posible; así como es probable que un emprendimiento tenga éxito, es -tal vez- más probable que fracase. . . y usualmente nadie nos prepara para el arte fino del fracaso, a pesar de que ahora se habla tanto de él.
Hay una crudeza indescriptible en el fracaso, nos hace sentir principalmente vulnerables. . . pero es quizá cuando sentimos esa hermosa vulnerabilidad que se puede abrir un enorme portal para transformarla en poesía creativa. Los fracasos, los errores son puertas a la creatividad, a aprender algo nuevo, a darle una mirada fresca a las cosas.
Son esas emociones que a veces te hacen sentir descarnado, las que poseen un gran potencial para transmutar esas experiencias en algo que realmente conecte con otra gente; son las que crean los espacios donde la comunicación real y genuina comienza a suceder, la verdadera intención de conectar con el otro. . . Y esto, te abre la dimensión inmensa de aprender, recrear y volver a intentar.