A veces podemos sentir que la vida nos devora. . . Nuestros días se ocupan con esto y aquello, tanto que podemos tener la sensación que la vida es caótica y estresante ante la frecuente turbulencia y velocidad de nuestra vida diaria. Y perdemos de vista que esto puede ser principalmente atribuido a nuestro pensamiento habitual de que lo complejo es bueno; entonces la simplicidad se escapa de nuestras mentes…
Estamos tan influenciados por la complejidad que frecuentemente pensamos que las soluciones elaboradas son mejores o más meritorias que aquellas directas y simples. Esto, de alguna manera, puede guiarnos a complicar las cosas, a entretejer redes elaboradamente conceptuales aún en las situaciones más simples. . . El caos en nuestro espacio de trabajo, en nuestras vidas diarias, es en gran parte creado por nosotros.
Esta forma habitual de percibir la complejidad puede llevarnos a malinterpretar la realidad, creando capas y velos de edificaciones mentales que no sólo nos impiden de ver las cosas claramente, sino también nos llevan a desperdiciar enormes cantidades de nuestro más preciado recurso, el tiempo, generando también todo tipo de situaciones disfuncionales.
La complejidad no sólo nos distrae de nuestras metas, valores y de los resultados que queremos obtener, también inhibe nuestra sabiduría interna e intuición. Las distorsiones que tendemos a crear con complicaciones causan una gran cantidad de estrés y erosionan nuestros estados mentales y los de aquellos alrededor de nosotros.
Es por eso que debemos poder estar presentes, no distraídos ni ausentes, porque la simplicidad está siempre en nosotros, se expresa en nuestros momentos más claros, en nuestra capacidad de ser flexibles, en nuestra sabiduría interna. . . La simplicidad nos permite continuamente recalibrar nuestros recursos para generar los mejores resultados a nuestro alcance, evitando caer en lo que no es de valor para nosotros.