Palabras como compasión, calidez, empatía, paciencia son rara vez escuchadas cuando se habla de estilos de liderazgo. Hay tantos modelos de lo que se percibe un líder debe ser, que con frecuencia se piensa que el liderazgo deben encajar en esos moldes que hemos desarrollado; patrones que pudieran sugerir que seguimos habituados a que dentro de las organizaciones, éste se ejerza por autoridad más que por una influencia más natural y orgánica. Y tal vez, se esté necesitando cruzar el río que hemos formado con nuestros propios esquemas. . .
Si pensamos en los retos que la evolución del empleo está trayendo consigo, donde capacidades como la creatividad, el pensamiento crítico, la orientación al servicio, la resolución de problemas complejos, se están considerando primordiales; se podría pensar que una tarea crítica del liderazgo no sólo es propiciar el cultivo del talento con ese tipo de capacidades, sino también aquel que genuinamente potencie la colaboración, el aprendizaje cooperativo entre los diferentes miembros de la organización, aquel que pueda generar ambientes sosteniblemente más armónicos.
Crear espacios armónicos donde este tipo de capacidades puedan florecer no es trivial, ni algo que debe darse por dado, más bien es algo que se debe posibilitar, nutrir y cuidar. Formar este tipo de espacios requiere de apertura, claridad, paciencia, por supuesto diligencia; ambientes donde el sentido de confianza en uno mismo y en el otro se manifiesten de manera natural.
Cultivar la confianza genuina, la apertura honesta y constructiva requiere de un liderazgo con un alto grado de auto consciencia, de empatía y compasión, de tener la visión sistémica de que el liderazgo es un influjo en sí mismo y que la capacidad de influir está presente en todos nosotros en cierta medida. Un liderazgo más auténtico que permita crear puentes reales de conexión, puentes que pueden abrir un sinnúmero de posibilidades de crear y construir colaborativamente.