Tal vez hemos escuchado la frase que la belleza está en el ojo del espectador. La belleza puede ser tan subjetiva o relativa como lo son nuestros múltiples condicionamientos, incluyendo los culturales.
Por ejemplo, el concepto “wabi” en el arte japonés, expresa un sentimiento de belleza que abarca aquello que es incompleto, imperfecto, efímero, frágil, insignificante. Éste transmite una cualidad de austeridad y serenidad; una ausencia de límites y permanencia. Wabi se opone a lo que puede percibirse como esplendoroso, perfecto, grande, exuberante, extensivo, invariante. . . un concepto que puede resultar ser difícil de concebir en el mundo occidental.
En el oriente, esta ausencia de limites puede experimentase ópticamente en las transiciones fluidas de sus calles, por ejemplo. Las casas de madera en las callejuelas japoneses parecieran estar sobrepuestas, es difícil identificar cuando comienza una y termina la otra; pareciera no haber una clara separación de los espacios. Nada se impone.
Este efecto de fluidez y del no límite puede también ser apreciado en los jardines japoneses, cuya técnica de cuidado se basa en remover los obstáculos para que los árboles puedan crecer libremente, más que forzar a que tengan cierta forma. Nada se delimita.
El no límite y la fluidez es algo que puede percibirse en muchos de los templos del oriente. Como lo son los templos del budismo zen, donde los espacios no son completamente cerrados, ni tampoco completamente abiertos. Ni la interioridad, ni la exposición de una apertura definen el efecto que el espacio tiene en sí mismo. Sus espacios están vacíos. . . En un espacio del vacío no hay diferenciación del interior y el exterior, de lo abierto y lo cerrado; pueden ofrecer un enorme sentido de espaciosidad sin límites.
Los espacios vacíos se perciben como bellos en el oriente, justo como puede ser lo opuesto en el occidente. Como Byung-Chul Han describe en su libro Ausencia:
“Para la sensibilidad oriental ni la constancia del ser, ni la perduración de la esencia hacen a lo bello. No son ni elegantes ni bellas las cosas que persisten, subsisten o insisten. Bello no es lo que sobresale o se destaca, sino lo que se retrae o cede; bello no es lo fijo, sino lo flotante. Bellas son las cosas que llevan las huellas de la nada, que contienen en si los rastros de su fin, las cosas que no son iguales a sí mismas. Bella no es la duración de un estado, sino la fugacidad de una transición. Bella no es la presencia total, sino un aquí que está recubierto de una ausencia.”
Un concepto abstracto como la belleza puede ser un ejemplo de que nuestras ideas, nociones, percepciones son solo etiquetas en las que hemos atribuido cierta “verdad”; no obstante, aquello que pensamos tiene una inherente definición o existencia como verdadero o concreto, simplemente puede no serlo para otros. Si analizamos a profundidad, podemos encontrar que los conceptos que parecen sólidos, etiquetas o imputaciones como “forma”, “tiempo”, “espacio”, “dirección”, “tamaño” pueden ser fácilmente desmanteladas. Las cosas pueden no ser como aparecen a nosotros. . .
Y, me pregunto cómo percibiríamos el mundo si tan solo por un momento pudiéramos vaciar nuestros conceptos, ideas, nociones de cosas como “bello y feo”, “grande y pequeño”, “blanco y negro”, vaciarlas como el vacío que puede sentirse en el espacio de un templo zen.