En un mundo donde la aprobación externa es más que nunca un factor determinante para mucha gente, la autenticidad se va vuelto una de las cualidades más valoradas de nuestro tiempo. Tal vez, esa es la razón por la cual una gran cantidad de atención se ha centrado en su concepto recientemente, tanto que ha surgido la ciencia de la autenticidad, con innumerables publicaciones y foros al respecto. Sin embargo, conforme la discusión sobre la autenticidad se ha colocado bajo el reflector, han surgido también contradicciones y ruido alrededor del concepto básico.
La autenticidad se define como el grado de congruencia que tiene un individuo con sus creencias y deseos, pese a la presión externa. Parte de ser auténtico se define como ser fiel a lo que creemos y expresar la verdad aparente a nosotros, aún si no es lo que otros quieren escuchar. Muchos la definen como ser verdaderos con nosotros mismos.
No obstante, esta noción de ser verdaderos con nosotros mismos se ha vuelto un tanto confusa. Algunos argumentan que apegarse a nuestro ser verdadero nos puede hacer rígidos, limitándonos y obstaculizando nuestro crecimiento pues sólo tenderemos a adherirnos a nuestras creencias, actitudes y valores, dejándonos en una zona que es cómoda para nosotros. Otros argumentan que ser congruente con nuestros estados emocionales y psicológicos, independientemente de cuáles sean éstos, es irreal si consideramos la diversas situaciones y roles sociales en nuestras vidas; y ser totalmente trasparentes, comunicando cada uno de nuestros pensamientos y sentimientos, es imposible en el marco de un mundo pragmático.
Pero en realidad nuestras personalidades son mucho más complejas para afirmar que la autenticidad es actuar sólo de acuerdo con lo que pensamos es nuestra naturaleza real. Como Katrina Jongman-Sereno y Mark Leary afirman, somos multifacéticos y sujetos al cambio que enfrentamos momento a momento, lo que se opone a un concepto unitario de un ser verdadero para utilizarlo como criterio para definir nuestra autenticidad, ni la propia, ni la de otros.
Me parece que la autenticidad nada tiene que ver con cerrarnos a nuestras propias creencias, ni a no tener la inteligencia emocional para comunicar congruentemente lo que pensamos y mucho menos a no tener la capacidad de adaptarnos los diferentes contextos de nuestra vida.
La autenticidad, para mí, es estar abiertos a nuestro continuo proceso de descubrimiento. Es estar conscientes de nosotros mismos y tener el valor de responsabilizarnos de nuestra totalidad independientemente de la situación que estemos enfrentando, es tener la integridad y la honestidad hacia los valores y las metas que hemos elegido.
La autenticidad puede ser tan elusiva como poderosa; atrevámonos a ser auténticos.